Bayas


  Salí corriendo hacia el bosque, por aquel camino que no conocía. Tampoco me iba a pasar nada, ¿no? Solo un poco de exploración, como cuando iba con mis padres por caminos nuevos... Aunque esos caminos no eran "inaccesibles" como éste.

  El bosque parecía eterno. Llevaba corriendo como veinte minutos, y cada vez se veía menos luz. Parecía que la vegetación se hacía más densa, o puede que fuesen imaginaciones mías. Me paré a descansar, agotada. Tenía hambre, no había desayunado, pero no habían árboles frutales.
  Seguí caminando, perdí la cuenta del tiempo, pero por suerte estaba en la sierra y no hacía calor.
  Cada vez tenía más hambre. Ya sería por la tarde, aunque no tenía ni idea. Ni se me ocurrió mirar al Sol, estaba cansada, hambrienta y agotada. Iba a tirarme en el suelo, cuando vi lo que parecían ser unas bayas. Me acerqué a ellas. Podían ser venenosas, pero no importaba. No aguantaba más, no estaba acostumbrada a pasar hambre, y menos si tenía que andar y correr además.
  Me las comí, y estaban deliciosas. Después, me desmayé.

  Desperté en un hospital, mis padres me miraban preocupados. Yo aun estaba atontada, y seguía pensando en esas deliciosas bayas.

  -Quiero más... -susurré.
  -Está delirando -dijo mi madre. Me costó mucho entenderlo. Estaba muy cansada, así que me dormí.

  Esta vez cuando desperté estaba en mi casa, en mi cama, con mi suave edredón... Era mucho mejor que el hospital. Ya estaba mejor, pero tenía mucha hambre, así que me levanté a la cocina. Casi no podía andar y me caí en el suelo, así que llamé a mis padres, que vinieron corriendo.
  -¡Leila! -exclamó mi padre, preocupado- ¡¿Cómo se te ocurre levantarte estando como estás?!
  Mi respuesta fue "Tengo hambre". Mi madre me ayudó a subirme de nuevo a la cama, me acomodó el sillón para que tuviese la espalda recta y pudiera comer bien, mientras mi padre iba a la cocina a hacerme un chocolate caliente y un gofre.
  -Halaa -dije, cuando tuve la comida frente a mí-. ¿Qué celebramos? -pregunté. No solía desayunar eso, aunque me gustaba mucho.
  -Que estés bien -contestó mi padre, acariciándome la frente.
  Desayuné muy a gusto, incluso llevaron una tele a mi habitación y pude distraerme un poco. Después me volví a dormir, pero antes les pregunté a mis padres una cosa que necesitaba saber.
  -¿Tengo que ir al internado?
  -Claro que no, cariño -me aseguró mi madre-. Tú te quedas con nosotros.
  La abracé, muy contenta de no tener que marcharme.

  Unos días más tarde, encontré un folleto por ahí tirado. Me picó la curiosidad, y lo leí. Era de un internado para superdotados.
  Cuando les pregunté a mis padres, me dijeron que era superdotada, que era eso lo que la orientadora les dijo. Al parecer ese examen tan extraño era un test de inteligencia, y yo era superior a la media. Les dieron a elegir entre el internado o adelantarme un curso, y optaron por el internado, aunque yo tenía la última palabra. Pensaban preguntarme tras contármelo, pero yo no les dejé. Después de esto, no me dejarían ir a un internado, desde luego.
  Bueno, dejaría de aburrirme en clases. Guay. No tendría que separarme de mis padres, y ellos no querían que yo me fuera. Debería estar contenta, pero no podía dejar de estar triste. ¿Por qué?

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  Dirígete a "Derrumbe". 

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